Desde 1911, el 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer. Al principio, en las movilizaciones del 8 de marzo se hacía más hincapié en cuestiones de ámbito laboral, pero con el paso de los años las reivindicaciones se han ido extendiendo a todas las desigualdades e injusticias que sufrimos la mitad de la población mundial.
Durante cientos de años se nos ha considerado menores de edad a cargo de nuestros padres o maridos para, después del sacrificio y la lucha de tantas mujeres que nos precedieron, pasar a ser trabajadoras incansables dentro y fuera de casa…
En realidad, en pleno siglo XXI, nuestras reivindicaciones no han cambiado tanto. En un contexto de crisis, donde los derechos de todo el mundo se están viendo recortados, sin duda las mayores perjudicadas somos nosotras.
La reforma laboral ha aumentado la destrucción de empleo y ha generado un asfixiante ambiente de inseguridad laboral. Las pocas políticas de empleo que se desarrollan se dirigen casi exclusivamente a los varones (talleres orientados a profesiones eminentemente masculinas, ayudas para el sector de la construcción, etc…) obligándonos nuevamente a depender de los hombres y a volver a la vida doméstica o aceptar empleos que rozan la esclavitud.
Los recortes sanitarios y sociales provocan que las mujeres volvamos a asumir el rol de cuidadoras, mientras seguimos siendo pilares fundamentales en esta sociedad patriarcal que nos invisibiliza, y siendo en bastantes casos el único sostén económico de muchas familias. De nuevo, las mujeres vemos nuestros sueños frustrados por atender las necesidades de los otros.
La violencia machista, la brecha salarial, el techo de cristal, el suelo pegajoso, la doble jornada, los sentimientos de culpa al querer desarrollarnos como mujeres… tantas ytantas cosas que conocemos tan bien: realidades que con el paso de los años no han desaparecido sino que sólo se han vuelto más sutiles. Invisibilizar estas realidades es muy peligroso, porque puede paralizarnos en la inacción, para caer de nuevo en el error de creer que la igualdad entre hombres y mujeres avanzará por sí misma al mismo paso en que avanza la sociedad.
Por ello, este año con más convicción que los anteriores, con más argumentos (pues nos lo están quitando todo), debemos reclamar nuestros derechos, en nuestro día y todos los demás días, para que el 8 de marzo se convierta en una celebración y no en esa jornada en la que nos convertimos en “reinas”, mientras el resto del año somos tan sólo cenicientas.