Hace casi 20 años, cuando me planteé ser madre, tenía muy claro la enorme responsabilidad y cambio de estilo de vida que esto conllevaba. Por aquel entonces, desconocía las tendencias y valoraciones que giraban y giran en torno a esta temática y el conocimiento que tenía de ello se basaba en las experiencias de mi alrededor, a caballo entre lo rural y lo urbano y una mezcla de madres de todo tipo y condición. La profesión en el ámbito social me acercaba aún más a la realidad de que no era un camino fácil, independientemente del origen o destino del mismo; pero no ha sido hasta el momento en el cual mi familia se transforma, que comienzo a entrar en contacto con distintos agentes, cuando tomo conciencia de los estigmas y clasismo que impera en el colectivo.
Aquellas realidades que siempre han estado presentes en las madres, ahora están sirviendo para categorizarnos y yo diría que hasta enfrentarnos, intentando poner etiquetas a una condición, la de madre, que lo único que debería llevar anexado es el hijo/a en cuestión. En ocasiones, cuando dices que eres madre, tienes que explicar qué clase de madre eres, es decir, ya tienes que dar cierta información de tu vida personal a través de la cual se van a deducir un montón de características de tu familia en función del apellido que te adjudiquen: soltera, monoparental, monomarental, por elección, de acogida, entre otros, y es que son tantas las etiquetas que yo la verdad no sé cual ponerme ya, porque lo único que tengo claro es que soy madre, y punto.
¿A caso no compartimos las mismas necesidades y anhelos?, ¿no tenemos un fin común y también un origen?, sí, un origen, porque al fin al cabo, hemos decidido traer al mundo a esa criatura o convertirnos en su madre cuando ya estaba en él; de una forma temporal o definitiva, hemos tomado esa decisión y ahí seguimos día a día.
Son tantos ejemplos que se me ocurren que llenaría páginas con ellos pero con alguno será suficiente para exponer esta reflexión y esperar un intercambio de impresiones. Imagínate que te hablan de Sofía, una madre de gemelos de 5 años, la cual se levanta a 7 de mañana para intentar comenzar el día de un modo organizado, desayunos, mochilas, ropa, merienda, mascarillas y gel, firmar la nota del profesor de turno y llegar puntual al bus escolar. Se siente cansada nada más empezar el día ante la cantidad de tareas que le esperan por delante… si ahora le añado una “etiqueta”, cualquiera de ellas, automáticamente vas a construir una imagen de ella y de su familia, en tu imaginario la vas a ver haciendo una cosa u otra y a sus gemelos de una determinada forma u otra.
¿Qué consecuencias tiene para nosotras, las madres, esta situación?, a mi entender, que seamos las primeras en encasillarnos y en prejuzgarnos; en clasificarnos como si fuéramos productos en un supermercado de gama baja, media o alta y que por supuesto esa condición es imperecedera en el tiempo. Que si tú has elegido ser madre bajo unas determinadas circunstancias, éstas van a condicionar el resto de tu existencia y la de tu hijo/a porque te van a adjudicar una pegatina virtual asociada a la vulnerabilidad, a la pobreza, a la violencia o al fracaso escolar, o por el contario vas ser vista como una mujer empoderada, independiente, moderna con unos hijos deseados en un hogar perfecto. Nuestros peques tampoco se salvan porque también van a ser colocados en una u otra casilla según la sociedad considere que proviene de una determinada maternidad, y sí, esto pasa y lo sabes.
Acaso, madres en solitario, ¿no estáis cansadas de tanto cliché sobre nosotras?, ¿qué sentís cuando la sociedad, medios de comunicación, amistades, etc…nos bombardean con la vulnerabilidad de las madres que crían solas?, ¿realmente os sentís identificadas con esos titulares?, personalmente me parece que es el entorno quien nos hace vulnerables y gracias a nuestro coraje y resiliencia sorteamos los obstáculos con mayor o menor éxito.
Lo dramático de esta situación, y objeto de este artículo, es que seamos las propias mujeres las que lanzamos los dardos, sin parar a pensar que todas tenemos muchas cosas en común, que todas somos madres con clase y que lo único que estamos consiguiendo es debilitar y trocear un colectivo que más que nunca debería permanecer unido y reivindicar sus derechos como familia autónoma.
Angélica Cosmen Glez.
Trabajadora social de la Fundación de Familias Monoparentales Isadora Duncan